«Allí, en el punto donde el camino se hundía en el mar, había algo singular.
Unas cincuenta mujeres, colocadas en una sola línea como una compañía de infantería, parecían esperar a alguien y llamarlo, reclamarlo, con chillidos formidables. Esto me sorprendió mucho; pero lo que aumentó mi sorpresa fue reconocer, al cabo de un momento, que ese alguien, tan esperado, tan llamado, tan reclamado, era yo. El camino estaba desierto, estaba solo, y el frenesí de gritos se dirigida realmente a mí.
Me acerqué y mi extrañeza todavía creció más. Estas mujeres me lanzaban todas a las vez las frases más vivas y más incitantes: –¡Señor francés, venga usted conmigo! –¡Conmigo, caballero! –¡Ven hombre, que soy muy guapa!»
VICTOR HUGO: “Los Pirineos”, Olañeta Ed., 71. or. (relato de 1843)